A mi derecha había tres viejas. La que estaba justo al lado mío hacía sus mayores esfuerzos por integrarse a las otras dos, con comentarios del estilo “parece que vamos a tener que dormir la siesta acá” o “pongase el saquito sobre los pies que se va a enfriar”(porque una de ellas tenía suecos). Pero en un momento que se vio marginada, extrajo un librillo de su cartera y se lo puso a leer. Miré de reojo la tapa Las recetas de la hermana Bernarda.
Había en la otra punta de la sala, una bebe cuyos llantos comenzaban a irritarnos a todos. Lloraba, gritaba, y la madre, una mujer más flaquita que la bebe rozagante, intentaba callarla consciente de la creciente tensión común. Cerré los ojos y me imaginé saltando de mi asiento y echándome sobre la nena desquiciante, estrangulándole el cuello y levantándola en el aire sin dejarle aliento. ¡¡¡CALLATE UN RATITO!!!. Me hizo acordar a mi perra Perry, que en sus picos de histeria me inspira la misma violencia. Imaginé a todas las viejas gritando desesperadas ante semejante psicópata y sonreí satisfecha. Pero imaginé también al morocho robusto que esperaba contra la puerta, golpeándome a puño cerrado en la cara para que soltara a la niña. Entonces decidí que prefería los gritos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario